UNA HISTORIA TRISTE






Michel Barnier es un político francés que entre los años 2019 y 2021 estuvo a la cabeza de la comisión europea para las relaciones entre la UE y UK, 
en una reciente entrevista ha reconocido que el Brexit ha significado un loose, loose game para ambas partes y que la UE debe de preguntarse ahora por qué muchas regiones de UK habían desarrollado previamente ese resentimiento contra Bruselas. El alto funcionario europeo dijo también que la UE reconocía sus errores, que estaba cambiando, y “permítanme que deje esto claro: la UE de hoy ya no es la que ustedes abandonaron”. Algunos sabemos que otras regiones de la UE tienen razones de mucho más peso a la hora de sentirse resentidas con la UE que los británicos, y como ciudades españolas sufrieron políticas europeas sin otro objetivo que el de destruir el tejido industrial preexistente. Michel Barnier dice que la UE del 2023 ha aprendido de sus errores y ya no es como la del 2016, cabría preguntarle cómo se cree que era la UE de 1985, cuando en el tratado de adhesión firmado en Madrid se le exigió al gobierno socialista de Felipe González la condición Sin qua non de que España redujera su capacidad de construcción naval. El acuerdo se llevó a la práctica de la manera más destructiva y desconsiderada posible, con la imposición de un veto a ASTANO (Astilleros y talleres del Noroeste), sin importarle a nadie, ni por parte de los representantes de la UE ni de los del estado español, el fulminante impacto que iba a tener en lo tocante al desempleo y pauperización de Ferrol, Galicia, y todo el noroeste peninsular. En los años de la mal llamada Reconversión Industrial (su verdadero nombre debería ser Destrucción Industrial), un médico ferrolano, Jaime Quintanilla, escribió un libro explicando como si con la botadura del petrolero Santa María obtuvimos un récord de tecnología marítima (con 346 metros obtuvo el récord de ser el barco más grande construido y botado jamás en una grada inclinada) veinte años después Ferrol tenía la tasa de suicidios más alta del estado español. Desde entonces la ciudad ha perdido una cuarta parte de su población y según los datos publicados recientemente por el INE de entre las 125 ciudades de España es la más envejecida, la última en cuanto a tasa de natalidad, en donde menos niños hay y la primera por la cola en la tasa de actividad. Porque ya no hay ningún polo industrial en el noroeste de España se encuentran las zonas más envejecidas de Europa y del mundo, se sufre una bajísima tasa de natalidad y despoblación mientras los pocos jóvenes que quedan siguen emigrando. Una manta de viejos agarrados a las pensiones que paga Bruselas. El estado de las cosas, las cosas del Estado.


El Estado español (o mejor debiera de decir sus castas dirigentes, el Estado no tiene existencia ontológica y es, en todo caso, una elucubración subjetiva) ha demostrado la capacidad de comportarse como un monstruo carente de la más mínima sensibilidad con sus propios ciudadanos, a los que trata como carne de cañón o moneda de cambio, igual que si fueran habitantes de alguna lejana colonia. Pero en este drama existe otro actor principal, que es la UE. Y si desde Bruselas se aspira a la consagración en un mega estado donde todos los europeos vivamos en paz y prosperidad, los pilares de ese proyecto tienen que fundarse sobre la verdad y la justicia, pues no hay otra base sobre la que se pueda construir algo sólido y duradero, capaz de resistir a los muchos retos que traerá el futuro. De la misma forma que Michel Barnier reconoció las conductas no ejemplares de la UE que tuvieron como resultado que algunas regiones de UK votaran a favor del Brexit, la injusticia cometida en 1985 contra los habitantes de Ferrol, Galicia, y España, también debe de ser investigada, subsanándose en la medida de lo posible sus terribles consecuencias. Las instituciones europeas deben de reconocer ya de una vez como la entrada de España en la UE fue a condición de destruir nuestra industria, colocándonos a perpetuidad en una situación de desventaja y dependencia en relación a los países que estaban antes en el club; que esas fueron decisiones antidemocráticas tomadas de forma opaca entre políticos y que han condenado a sufrir un paro estructural lacerante a generaciones enteras de españoles.



En Ferrol teníamos un cuerpo de ingenieros de los mejores del mundo, delineantes, soldadores, todo formado en el país, y eso era algo que, a nuestros nuevos socios alemanes, franceses, italianos, holandeses, o, mejor dicho, sus políticos, no les gustaba nada. Esa competencia dentro de la UE podría hacer que sus astilleros perdiesen carga de trabajo o incluso tuvieran que cerrar, y para curarse en salud, cerraron el nuestro. El punto final a los treinta años de veto fue el 31 de diciembre del 2014; de los siete mil operarios que había en el astillero en los ochenta hoy en día no trabajan allí más de doscientas personas. Ya no conserva ni su nombre, ahora forma parte de una empresa estatal llamada NAVANTIA, que engloba también a los astilleros de Cádiz y Cartagena. Y cuyas oficinas centrales, claro, están en Madrid. Mientras aquí nos convertíamos en eunucos astilleros como el de Sant-Nazaire, en Francia, se estaban modernizando y actualmente se construyen allí los mayores transatlánticos del mundo. Muchos ingenieros, delineantes y soldadores ferrolanos han emigrado a Sant-Nazaire. O a Trieste, donde Fincantiere es uno de los grupos punteros de Europa en la construcción naval y el más grande del Mediterráneo. Luego pones la tele y aparece algún político iluminado diciendo que la única solución para el desempleo estructural pasa por invertir en I+D+I, cuando para eso primero tendría que haber una industria, y el mismo partido político que te promete una modernización de la industria es el que previamente, como el más miserable traidor a su patria y a la clase obrera, se ha cargado la industria.
 




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