Jodido dinero, verdadero dios

 

Porque el hombre es un animal, también se le puede cazar a lazo. El tiempo malo es ahora, el lazo el dinero, y el nudo corredizo nuestro ego.


En los tiempos antiguos todo pueblo vivía bajo la tutela de un dios que suscribía unos mandamientos, unos tabúes, unos dictámenes. Cada hombre o mujer debía guardar las leyes sacrosantas de la comunidad, vivir dentro de los preceptos del dios, y quien las transgrediese solo podía esperar desprecio, ser considerado un réprobo por la mayoría. Hoy es igual, todos somos fieles del mismo credo: los mercados, las corporaciones, las monedas… son los sumos sacerdotes y las Bolsas de valores son los templos en donde se implora el favor de la deidad. El único Dios que puede concebir la mente de un simio ha bajado a la Tierra y vive ya entre nosotros. Sus mandamientos son de una lógica aplastante: tanto tienes, significa cuánto vales. 

En una sociedad donde las relaciones interpersonales resultan lógicas y previsibles como el acto de colocar las piezas en una partida de Tetris, mientras la soledad asedia a los pobres y excéntricos profetas se pudren en cárceles y manicomios ¿dónde está la libertad? Una mega-prisión contiene ya a la humanidad entera, está construida con muros mentales y por supuesto que se trata de muros democráticos y razonables. ¿Necesitas escapar del tedio y la frustración, encontrar la puerta que te haga libre? Bueno, no hay nada que no se solucione con un poco más de dinero. La línea recta sigue siendo la distancia más corta entre dos puntos, así que no seas tonto, no pierdas tiempo en conjeturas y elucubraciones estériles, céntrate en lo tuyo, busca tu negocio, deja de leer, porque oveja que bala, bocado que pierde, y cuando falta el egoísmo falta lo mejor.  

El dinero es un símbolo, una abstracción omnipresente en la mente del simio, nuestra relación con él da comienzo en la primera infancia y es única y subjetiva, sigue incrementándose a lo largo de toda la vida y casi siempre resulta en una sumisión completa ante el dios. Partiendo de la frase de Krishnamurti: el estar bien adaptado a una sociedad enferma no es síntoma de salud, la forma que tenemos de resistir a su dictadura dice mucho de nosotros. El dinero tanto más importa cuanto menos se tiene; al igual que ocurre con el castrado es entonces cuando el símbolo nos hace sentir su peso con mayor virulencia, de una forma despiadada, hasta el punto de ser capaz de sacar lo más mezquino que hay en nosotros, esto se ve a menudo con las disputas entre hermanos por las herencias. Quien vive atrapado en esa cárcel mental siente desesperadamente que lo necesita para crecer como individuo y realizarse, tal es la regla y no la excepción, de hecho, si pudiésemos analizar las fantasías que atraviesan la mente de cualquier hombre joven en su día a día veríamos que se parecen como gotas de agua. Para Freud la pulsión sexual es la fuerza motivacional más importante, ahí es en donde los genes hacen sentir su voluntad y se traduce en un deseo por tener ascendiente sobre hermosos cuerpos y satisfacer nuestras fantasías de poder más básico, poder sexual. Hoy en día sexo y dinero están imbricados como las dos caras de una misma moneda y cuando cansado de soñar despierto ese hombre joven vuelve a poner los pies sobre la tierra, se dice: “Eso es lo que yo deseo ardientemente ¿cómo puedo conseguirlo antes de hacerme viejo?” La respuesta es siempre la misma: dinero. La arquitectura social en que vivimos inmersos ha creado ese nudo y ese lazo para nosotros, seres sexuados, y todo lo demás sigue por la misma inercia. Cuanto más tiramos en la dirección que nos marca la naturaleza, la única que parece tener sentido, más nos enrollamos y menos libres somos.

 


 

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