LO QUE DEBE DE SER SUPERADO

 


El problema que tienen los españoles con el franquismo es que duró cuarenta años; si hubiese durado cuatro o catorce, el encaje sería  más sencillo. Para mucha gente fueron cuatro décadas de miedo, resignación y fracaso, y como no podía ser de otra forma esto ha causado en el inconsciente colectivo de nuestro país una serie de taras y traumas nunca analizados y que todavía perduran. Pero antes de abordar la tarea de bajar a los sótanos y arrojar luz sobre esa sombra hay que prevenirse contra el exceso de sentimentalismo y las pasiones a flor de piel, y para eso, nada mejor que este aforismo de Nietzsche


“Quisiera abordar el valor del conocimiento como un ángel frío que penetra con su mirada todas las bagatelas; sin maldad, pero sin sentimientos”

Durante las décadas de los sesenta y setenta, mientras otros países occidentales prosperaban sobre un sistema liberal en el que palabras como democracia, parlamentarismo y libertad eran incuestionables, los ecos de los que seguían inmersos en la clandestinidad, intercalados con voces cada vez más nítidas que exigían el cambio, despertaron antagonismos  postergados pero nunca superados: marxismo contra fascismo, caciques contra el pueblo, empresarios opresores contra trabajadores oprimidos, etc. En esos años sobrevino la eliminación quirúrgica de Carrero Blanco por parte de ETA; Franco, que a pesar de todo era humano (aunque no demasiado) murió de viejecito, poco después se aprobaba la ley para la reforma política, congreso del PSOE en Suresnes, implantación de la socialdemocracia en España, entrada en el Mercado Común y la OTAN.… aunque fueron muchos los cambios siguió pendiente la necesaria condena y/o perdón, aceptación, asimilación y catarsis que significase un punto final con el anterior régimen y sus antagonismos.  Algo que sí ocurrió, por ejemplo, en Chile y Argentina. El proceso judicial a la junta militar ha sido recreado recientemente en la película "1985, Argentina", producida y dirigida por Santiago Mitre y escrita por Mitre y Mariano Llinásen la que Ricardo Darín hace una magnífica interpretación del fiscal Julio César Strassera, encargado de la acusación del militar Vilela y sus ministros y de investigar los miles de desapariciones, asesinatos y torturas de los que eran responsables. Esa fue la primera vez en la historia en que un tribunal civil condenaba a mandos militares.                                                       


 

El espectador no puede dejar de sentir pena por los sangrientos crímenes que soportó  una parte de la sociedad argentina y al mismo tiempo, cierta envidia al ver cómo con ese juicio, y sus correspondientes condenas (cárcel perpetua para Vilela), pudieron poner un cierre a su truculento pasado. Vaya por delante que la compensación para el que ha sido torturado o asesinado es siempre pírrica, pero el mero hecho de hacer un juicio público y condenar, impartir justicia, tiene un gran valor simbólico. Por la magia del cine esto se muestra claramente en la parte final, cuando una mujer que fue víctima de torturas, obligada a dar a luz a su hija en el asiento de atrás de un coche y con las manos esposadas a la espalda, llora al escuchar el discurso del fiscal. Para España todo hubiera sido más fácil de haberse celebrado algo como aquello, pero no fue posible, y tampoco hay que obcecarse ahora con esa idea. En algún punto hay que soltar, de lo contrario, corremos el riesgo de convertirnos en monstruos parecidos a los que se encontró Dante al descender al octavo foso del espantoso Averno, condenados a estar mirando siempre hacia atrás y tan deformes, que las lágrimas que corrían por sus mejillas seguían haciéndolo luego sobre la espina dorsal.




Podría interpretarse el acto de exhumación de los restos de Franco del Valle de los caídos en 2019 como el intento de cerrar un ciclo, pero difícilmente puede sacarse algo constructivo del necrológico acto solemne de llevar una calavera de un lugar a otro, más bien demuestra que todavía estamos anquilosados en los complejos del pasado, predispuestos igual que siempre a desbordarnos en lo sombrío. De haber habido un grupo de intelectuales capaces de enumerar los opuestos desde el presente y publicar una síntesis que le sirviera a la mayoría, sin duda habría ayudado a pasar página. El problema es que no hay intelectuales a la altura y de haberlos, o no se atreven, o no se quieren enredar; por otra parte, tampoco existe (todavía) una ciudadanía capaz de abstraerse de las pasiones y asimilar el pasado de una forma fría e impersonal. En consecuencia, todo sigue en manos de voceadores y políticos, y como sabemos, estos están más cómodos sacando rédito electoral al sencillo truco falaz de volver sobre las posturas antagónicas de siempre. Su oficio se parece mucho al de domadores de bestias impulsivas y fácilmente manipulables, aprendices de brujo asiduos a utilizar el exceso de pasión que tanto daño ha hecho y sigue haciendo a la hora de construir consenso. Por eso todavía somos, como decía aquel filósofo alemán, unas pobres bestias a las que a fuerza de golpes y de privarlos del alimento, se les hace bailar.

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