UNA METAFÍSICA DE LA VERDAD

                         I                  


El régimen nacional católico que durante cuarenta años gobernó España ha tenido un efecto distorsionador de la realidad social que todavía perdura, impidiendo su normal desarrollo y negándole (negándose ella misma por causas que no comprende) su verdadero potencial. Como todos los regímenes conservadores vertebrados en torno a la religiosidad la sociedad española de ese tiempo era muy machista, con una exaltación patética de la virilidad compartida con otras formas de gobierno dictatorial como el fascismo italiano. Si en siglos pretéritos llevar los instintos a flor de piel fue necesario para defenderse de los invasores, también a la hora de atacar, formalizando el sojuzgamiento de otros pueblos, para desgracia de los nostálgicos los tiempos en que algo podía ser ganado por cojones, con pica y arcabuz, ya no van a volver. En el siglo XXI la prosperidad se consigue de un modo frío y cerebral, con ahorro y trabajo duro, estrategia y pragmatismo, capacidad de pensar a largo plazo, estabilidad institucional y jurídica y una ciudadanía inteligente, capaz de ponerse en guardia contra todo eso que todavía nos encadena a las pulsiones ciegas y destructivas -autodestructivas- del animal. 


                                                                                                                II



El bushido japonés, en concordancia con todas las filosofías asiáticas entiende que el estar sujeto a las pasiones es algo malo per se, síntoma de un fatal extravío; también debe de serlo esa dicotomía radical del “conmigo o contra mí”, ese no dejar crecer para que no me hagan sombra, esas anteojeras de burro que, en defensa de cualquier ideología trasnochada se niega a dialogar, ese “quítate tú para ponerme yo”, etc. Todos conocemos los rudimentos poco democráticos que rigen en la política, la empresa, la universidad, los sindicados y en general en todos los chiringuitos dependientes del Estado, y precisamente por saberlo tendemos a considerar a la familia como lo único confiable, una célula fundamental y cuasi sagrada en la que apoyarnos en este mar revuelto, tal y como enseña a hacer la fé católica. Así es como el estamento familiar se coloca por encima de la la polis; el amigo, el compañero de partido, lo propio y lo privado, por encima del ciudadano. Y en cuanto todos somos ciudadanos, pero no todos tenemos los mismos contactos esto trae por fuerza consecuencias injustas, perversas, entre las que el nepotismo, el tráfico de influencias, el enchufismo, la corrupción… son solo las obvias. Durante la aguda crisis económica del 2008 la sociedad española resistió mejor de lo que se esperaba gracias al colchón familiar, pues ¿de qué otra forma una sociedad con el 20 ⁒ de desempleo y 50⁒ de desempleo juvenil podría mantener la paz social? Sin embargo, esa forma tan loable de ser solidarios tiene su parte oscura. Al ser hombres maduros los únicos que resistían a la ola de despidos pasaron a dominar aún más la empresa y la Economía, fortaleciendo el patriarcado y obstaculizando cualquier posibilidad de mejora para los jóvenes. Por otra parte, en contra de los más básicos principios económicos los pensionistas se convertían en el mayor destinatario del gasto social y sostén de las familias, creándose una peligrosa simbiosis con los grandes partidos políticos que ven en ellos su principal caladero de votos. Así fue como el patriarcado y la gerontocracia, unidos a una bajísima natalidad, se han convertido en una bomba de tiempo para la Economía.

                            III                            

En un documental sobre la vida de Franco producido por la BBC se le define como un personaje astuto y calculador, que manteniéndose al margen de la arrebatada pasión de sus compatriotas aprendió a manejarlos. Y es que también el componente latino, mediterráneo, debe de entenderse aquí como una tara de base; todos los pueblos mediterráneos son en exceso pasionales y ese exaltar lo hiperbólico, lo histriónico, como un atributo señero de la raza (en el sentido en que se utilizaba en los discursos de la época) tienen la culpa de muchas desgracias que todavía lastran nuestro crecimiento moral y económico. No me gusta utilizar anglicismos, pero tampoco existe una traducción directa al castellano del término mind set y es el más adecuado para lo que intento explicar. Todos sabemos lo que es un set de aseo personal, me refiero a uno de esos pequeños estuches con tijeras para cortar los pelillos de la nariz y las orejas, cuchillas de afeitar, pinzas, cortaúñas, tal vez un espejito… pues bien, la gran mayoría de los españoles lleva algo parecido sobre los hombros y tan pronto uno empieza a dar su opinión escucha o lee con su set de etiquetas preparadas (progre, fascista, comunista, nazi, rancio nacionalista español, nacionalista excluyente, etc…). El tiempo que tarda en asignarnos la que, según su criterio, nos corresponde, suele ser muy poco, y a partir de entonces tratará de ganarnos para la causa si ve que apuntamos maneras y si no, nada importa lo que digamos a continuación, porque ya no piensa, embiste. Para qué decir que esta forma de conducirse, tan extendida en la piel de toro, forma parte de lo que debe de ser superado. Y a la hora de abordar la  necesaria tarea nadie mejor que Nietzsche como educador:

Se ha de aprender a ver, se ha de aprender a pensar, y se ha de aprender a hablar y a escribir: el objetivo de estas tres cosas es una cultura aristocrática. Aprender a ver es acostumbrar los ojos a mirar con calma y con paciencia, a dejar que las cosas se acerquen a nosotros; aprender a no formular juicios precipitadamente, a dar vueltas en torno a cada caso concreto hasta llegar a abarcarlo. Lo primero que hay que aprender para alcanzar la intelectualidad es a no responder inmediatamente a un estímulo, sino a controlar los instintos que ponen trabas, que nos aíslan. Aprender a ver, tal y como yo lo entiendo, equivale prácticamente a lo que el lenguaje no filosófico llama voluntad firme, cuyo aspecto esencial es poder negarse a “querer”, poder aplazar una decisión. Todo lo no espiritual, todo lo vulgar radica en la incapacidad de oponer resistencia a un estímulo, en el tener que reaccionar, en seguir todo impulso. En muchos casos ese tener que, es ya un síntoma de enfermedad, de decadencia, de agotamiento; casi todo lo que la tosquedad no filosófica llama “vicio” no es más que esa incapacidad no fisiológica que impide no reaccionar.

Una manifestación práctica de haber aprendido a ver consiste en que el que está aprendiendo se habrá ido volviendo lento, desconfiado, reacio. Dejará que lo extraño, lo nuevo, se le acerque, manteniendo una calma hostil y tratando de no cogerlo con la mano. Tener todas las puertas abiertas de par en par, inclinarse servilmente ante cualquier hecho insignificante, estar siempre dispuesto a matarse, a lanzarse de un salto dentro de otros hombres y de otras cosas; en suma, la famosa objetividad moderna es un signo de mal gusto, algo no aristocrático por excelencia. "

                                         Friedrich Nietzsche. El Crepúsculo de los ídolos.

 

Resulta complicado saber exactamente a qué se referían en el siglo XIX con “objetividad moderna”, pero es seguro que la realidad unidimensional en que se desenvuelven sociedades como la nuestra dejaría perplejos a los pensadores de épocas más fértiles. Es triste darse cuenta de cómo una parte sustancial de la sociedad vive hoy pensando que el único punto de vista legítimo es el de un grupo social determinado, el de una facción concreta: la suya. Esta forma de pobreza mental se expande mediante consignas engreídas y sin fundamento, frases facilonas coreadas en un clamor colectivo esperpéntico y basta con poner la tele o leer un periódico para darse cuenta de que se trata de algo decadente y de mal gusto.

 






 

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